El cuadro de la Altagracia es un ícono, una joya pequeña y preciosa, pintado por un genio y claramente inspirado por Dios. La contemplación del cuadro de la Altagracia nos hace sentir una paz que sobrepasa todo entendimiento, la presencia de Dios.
La finalidad de un ícono es llevarnos a la contemplación de Dios. Entrar en el cuadro, y participar con María arrodillada, para adorar y contemplar a Dios hecho hombre, Emmanuel.
Frente a la Altagracia, hay una sola cosa que hacer: contemplar y adorar a Dios.
Claramente, el cuadro de Nuestra Señora de Altagracia no es un trabajo comercial. Es demasiado pequeño (33,5 x 45 cms.).
A la vez, no es el cuadro de uno de los tantos santos de la Iglesia, cada uno con su atributo preciso (Santa Ana, con su libro; San Andrés con su cruz en "X"; San Pedro con sus llaves...).
Tampoco estaba destinado a una exposición pública (por ejemplo, en una iglesia), porque faltan los elementos secundarios del catecismo que a la gente sencilla le encanta identificar: los pastores con sus ovejas; el buey y el asno; los Reyes Magos con sus camellos y regalos…
Al contrario, todo el cuadro está enfocado sobre una sola persona, el Niño Jesús, con un solo mensaje de su Madre: “Mírale a Él”. El cuadro es una invitación a la adoración y a la contemplación.
Además de ser un cuadro que enseña, es un ícono. ¿Qué es un ícono?
La Altagracia es un bellísimo ejemplo de un ícono, uno de aquellos cuadros profundamente espirituales que se encuentran en nuestra fe casi desde sus principios, tanto en la tradición de la Iglesia Católica como en la liturgia de las Iglesias Ortodoxas.
Como hemos dicho, la finalidad de un ícono es llevarnos a la contemplación de Dios.
Se exige al pintor una meditación larga y profunda -envuelta en oración y contemplación-, y la inspiración del mismo Espíritu de Dios.
Así que, un ícono es el fruto de un encuentro entre la técnica magistral y el genio original de un pintor... y la presencia de Dios.
Todo ícono contiene una dimensión espiritual imposible de cuantificar, pero palpable y tan presente que se siente en seguida “en el alma del que escucha”: la sensación de que “Dios está aquí”.
«La palabra griega ‘eikon’ significa ‘imagen’ o ‘representación’. Sin embargo, el pintor de íconos no solamente imita, o representa, sino que esencialmente corre el velo, derriba el muro de separación, y hace comunicar “este y el otro mundo”. La imagen expresa la Presencia de Dios. Es, puede decirse, “teología visible”, que ayuda a la oración y a la contemplación» (1).
Ahora bien, todo ícono nos invita a entrar y participar dentro del cuadro mismo. Es entonces, cuando estamos por dentro, que tenemos aquel momento de ¡asombro!
El momento cuando -casi sin atrevernos a respirar-, queremos cantar "Dios está aquí" y entrar en una profunda contemplación.
Por ejemplo:
-
Rublev pintó a tres ángeles, que fue la forma que tomó Dios para aparecer ante Abraham y Sara en Génesis, 18; 1-15. El texto salta del singular al plural algunas veces. Hay los que dicen que es la primera mención de la Santísima Trinidad en la Biblia.
El ícono nos invita a entrar a la estabilidad dinámica de la Santísima Trinidad, donde los tres ángeles tienen la misma cara y llevan bastones iguales, mientras que Dios Padre se viste de rojo real, Dios Hijo se viste en verde de esperanza y la túnica de Dios Espíritu es casi transparente.
El momento de ¡asombro! es cuando entramos por el cuarto lado de la mesa, y descubrimos que la copa que se encuentra en medio de la mesa no tiene vino, sino “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
¡Wow!
Dios está aquí, y no nos queda otra cosa que -desde un anonadamiento profundo-, contemplarle y adorarle.
“La Cruz de San Damián” que movió a San Francisco de Asís a "reconstruir mi Iglesia".
Su “momento” es cuando nos damos cuenta que no es un crucifijo, sino que Jesús se ha despegado de la cruz y está subiendo al cielo.
¡Es la Resurrección!
¡Wow!
De nuevo, el cuadro nos invita a entrar y contemplar un momento único en la historia del mundo. ¡Jesús está resucitando! ¡Jesús está vivo! Es la verdad, ¡es Dios y está aquí!
No nos queda otra cosa que -desde un anonadamiento profundo-, contemplarle y adorarle.
- y en La Altagracia, su “momento” es cuando entramos dentro del cuadro por nuestro lado del pesebre,(3) para acompañar a la Virgen y junto con ella contemplar al recién nacido.
“Mírale a Él”.
Y otra vez, nos invita a contemplar un momento único en la historia del mundo: Dios se ha encarnado como "Enmanuel, Dios con nosotros".
El niño indefenso, desnudo, acostado en un pesebre ¡es Dios!
¡Dios está aquí!
¡Asombro!
Y desde lo más alto del cielo la mano de Dios Padre -disfrazado como los dos haces de luz que se desprenden de la estrella de Belén-, le bendice “Éste es mi Hijo, el amado...” (4)
No nos queda otra cosa que -desde un anonadamiento profundo-, contemplarle y adorarle.
Una experiencia espiritual
Es que, estamos hablando de una experiencia espiritual, donde dejo mi habitación de hoy día, y entro en la cueva de aquel entonces.
Ya no soy un espectador, ni experto en arte medieval, ni historiador, sino que soy participante…
entrando en la cueva a la media noche, donde todo es silencio y presencia…
porque Dios está aquí…
y yo, anonadado, pasmado, atónito...
soy incapaz de levantar la cabeza.
Tengo un solo pensamiento:
No hay otro lugar en todo el Universo donde prefiera estar, sino aquí, ahora, con Él...
porque Dios está aquí.
La oración
Efectivamente, miles de dominicanos han entendido la invitación de acompañar a la Virgen, arrodillarse y compartir, piropear, pedir y sobre todo, para orar con ella.
Y he aquí la explicación de los tantos milagros atribuidos a la intercesión de la Virgen. Es muy sencillo: el cuadro nos invita a orar de verdad. Y, como dijo San Agustín: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”.
¿Cómo puede Dios negar algo a sus propios hijos, cuando vienen buscándole a Él?
Dios, en su irrefrenable bondad, no se puede resistir a las súplicas de sus hijos, especialmente de las que son presentadas por su propia Madre, Nuestra Señora de Altagracia.
He aquí la razón de los tantos milagros de la Virgencita de Higüey, experimentados a lo largo y ancho del país: miles de dominicanos instintivamente han entendido la invitación de orar con ella, y Dios, sí contesta.
¿Y los frutos?
Es casi imposible encontrar una familia dominicana que no tenga al menos un testimonio de la intervención de Dios, por la intercesión de la Virgen de Altagracia: “Por sus frutos los conocerán” (Mateo 7, 20). (5)
Sin embargo, sería un error si nos quedáramos asombrados frente a los milagros, con la boca abierta y la mente corriendo tras explicaciones fáciles. Claro que los milagros son insólitos y llamativos, pero Dios no busca destacarse a sí mismo.
Cada vez que Él interviene en la vida de alguien es porque quiere atraer a esa persona (o a alguien cercano) hacia Él. Dios no quiere que ninguno de nosotros se pierda.
Así que sus intervenciones son para llamarnos la atención, para que nos paremos en el camino y consideremos la vida y nuestro lugar en ella.
Su esperanza es que -por nuestra propia voluntad-, tomemos la decisión de enmendar nuestras vidas, y buscarle a Él.
Efectivamente, jamás he oído de un "milagro" de la Altagracia que no trajera -como consecuencia- la conversión de la persona misma, o de alguien cercano a ella.
“Mírale a Él”
Al volver a examinar el cuadro de la Virgen de Altagracia, la primera cosa que nos llama la atención es la figura central de María. Sin embargo, al acercarnos más, es evidente que el gesto de su cabeza nos llama a prestar más atención todavía al que está en el primer plano: el Niño Jesús.
Es un gesto que nos invita a arrodillarnos frente al pesebre y, juntos con ella, adorarle a Él, que está representado allí: “Mírale a Él”.
La adoración nos lleva a la contemplación, y la contemplación al deseo de estar presentes en la cueva, inmóviles como la Madre, velando al Niño, amando al Amor y buscando estar en la presencia de Dios.
Los símbolos
Como todo ícono, la Altagracia tiene un buen número de símbolos para ayudar al distraído a volver a la contemplación. En nuestro caso, tiene 50 distintos símbolos. Todos y cada uno de estos símbolos tienen la misma finalidad - devolvernos a la contemplación de Dios presente en medio de nosotros(6).
La idea central
El cuadro gira en torno a una idea sencilla pero profunda: que este bebé ¡es Dios!
El mismo Dios que es el Creador del cielo y de la tierra.
Él - que es todopoderoso, siempre presente y fuente de toda sabiduría.
Él - que sopló el aliento que respiramos y nos ofrece una vida eterna en su presencia.
Él - inmortal, invisible e inefable...
¡Dios!
Al comprender la verdad tan enorme de la presencia de Dios en medio de nosotros, nos quedamos pasmados, casi atónitos. No hay palabras, solamente la certeza de que no hay otro lugar donde preferiríamos quedarnos ahora y para siempre para contemplarle y adorarle.
Resumen
El cuadro de la Altagracia es un ícono, una joya pequeña y preciosa, pintado por un genio y claramente inspirado por Dios.
La contemplación nos hace sentir una paz que sobrepasa todo entendimiento, la presencia de Dios.
Frente a la Altagracia, hay una sola cosa que hacer: contemplarle y adorarle.
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Notas
(1) http://www.camino-neocatecumenal.org/
(2) Pintado probablemente entre 1422 y 1428
Normalmente no sabemos quién pintó un ícono por la misma razón que no sabemos los nombres del coro en la Misa: porque están usando el talento que Dios les ha dado, para llevarnos a adorar a Dios. Que la gloria sea para Él. (Los compañeros de Andrés Rublev le "delataron" al mundo).
(3) Igual como “nuestro lado” de la mesa en “La Santísima Trinidad”
(4) Igual como en la Cruz de San Damian.
(5) En el Museo de la Altagracia se conserva algo mas de 35,000 ex votos.
(6) Ver nuestro post "Los Tres Símbolos Principales".
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