domingo, 29 de octubre de 2017

Remando sobre el río Thames

 

    Hay momentos tan delicados, perfectos y privados que el acto de describirles en palabras les reduce a una sombra de aquel momento. 


     Hace muchos años, cuando el mundo era más joven (y yo más bonito), pasé muchas tardes remando sobre el río Thames, unos cuantos kilómetros al sur de Oxford. 
     Es un río silencioso y materno, con patos pescando en la orilla y vacas rumiando en los campos ... y una tranquilidad que llamaba al vacío del alma. 
     Para mi, era una forma especial de hacer ejercicio y contemplar la paz de la naturaleza que me pasaba. 
    Pero el colmo sucedería cuando empezó la lluvia: tapando todo sonido secundario con un suave sisear; salpicando la superficie del agua con una llovizna que tocaba el espejo plano del río como si fuese una melodía de Sibelius; encerrándome a mi en un manto de seguridad y un delirio sensorial… 
     Yo solía ser mojado por completo por la lluvia; sudado con el ejercicio; a solos conmigo mismo, flotando en medio del río, en medio de la sinfonía, sin rumbo ni reloj, sencillamente disfrutando del uso de todos mis sentidos, como si fuese que acabado de descubrirles por la primera vez: – ver, oír, olear, tocar y saborear… Me sentía como Dios acabo de crearme tan recientemente que faltaba Eva todavía… una inocencia completa, primitiva y pura, flotando en el río … 

        Cuánto añoro el sonido de la lluvia.