jueves, 25 de mayo de 2023

El cielo que nos espera


La adoración al Santísimo despierta la imaginación.  

El lunes por la noche en la reunión de la Comunidad me ocurrió el siguiente pensamiento. 

 

No sé si has pensado de tu llegada al cielo:

La primera reacción -claro-, es la sorpresa de que era tan fácil. Nada de complicaciones, retrasos o indirecciones.  Sencillamente un cerrar de los ojos y… ¡yo me encuentro en el cielo!

 

Había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar 

Como sabes, el cielo está por encima de todas las cosas. Así que, no tiene techo, y -por ende-, no tiene columnas ni pilares para impedirme ver el espectáculo que se abre a mis pies: un valle inmensamente grande, tanto de largo como de ancho, llena de miles y miles de personas, todas y cada una mirando en la misma dirección: hacia allí en la distancia… donde se encuentra a Dios mismo, sentado en su gloria.

Pero, cómo Dios es omnipresente, pues no importa donde yo me encuentre en el valle. Siempre voy a encontrarme sentado en la primera fila, cara a cara a Él, bañándome en la gloria de su presencia.  ¡Él está aquí!

Ahora bien, siento una neblina de asombro, susto y temor que me llena con dudas: ¿Soy digno de estar aquí? ¿Merezco estar aquí? ¿Seguro que no ha sido un error? Seguido por un sentimiento de anonadamiento, al darme cuenta que -a pesar de mí mismo-, Dios quiere que estoy aquí…

Entonces es cuando me doy cuenta que Dios no está mirándome a mí, sino está trabajando con una concentración absoluta, administrando la justicia con una imparcialidad y objetividad absoluta para unas personas que están esperando su turno.

Sin embargo, Dios no está solo.  Hay una paloma sentada sobre su hombro izquierdo, susurrando en su oído de la “misericordia incondicional” que otorga salvación absoluta. Dios Padre está escuchando con una cara de compasión y con lágrimas en los ojos.

Entonces, me doy cuenta de que -a su mano derecha-, allí está mi hermano Jesús, rogándole con una pasión irrefrenable por la salvación de sus hermanos, quienes habían sido bautizados con El Espíritu para convertirles en sus hermanos de sangre y de alma.

¿Quién puede resistir la insistencia de Jesús?

Y si eso no fue bastante, veo una señora con su mano en la mano de Jesús. Sus amigas dicen que la única cosa dura que tiene es su codo izquierdo, por “codear” tantas veces a su hijo.  Es que, María -la intercesora incansable-, no quiere que se pierda nadie, ni los que no han sido bautizados, ni los que han pecado sin arrepentimiento, ni los que nunca habían oído de su hijo… 

Y atrás de este grupo hay una nube de personas esperando su llamada -como si fuesen unos “ayudantes de campo”- con nombres conocidos como Pedro, Pablo, Juan, Teresa, Francisco…

 

Las Moradas 

Y mientras tanto -porque uno de los dones de la santidad es la “bilocación”-, voy a encontrarme -a la vez-, en una de las moradas que Jesús nos prometió… pero no exactamente cómo les había imaginado.  Es que no tienen dormitorios ni cocinas, porque nuestra esencia celestial no necesita dormir ni comer, y no tienen puertas porque no hay nada de retener ni rechazar.

Y la curiosidad es que vamos a encontrarnos en la compañía de personas que tienen los mismos talentos que nosotros, aunque muchas veces sin haber desarrollándose todavía.  Juntos vamos a dialogar y desarrollar ideas creativas en música, canto, pintura, literatura, poesía, baile, actuación y un sinfín de otras expresiones de la condición humana.  

Y de vez en cuando, organizaremos una sorpresa por nuestro Padre celestial, por ejemplo: acercando a su ventana en el silencio de la aurora con una canción de “harmonía para cuatro voces”, cantada a capela, para disfrutar la gozada de ver su cara llena de felicidad, recibir su bendición, y volver a nuestra morada para inventar otra canción aún más completa.

 

La Pregustación

Y mientras tanto, igual como Dios inventó la “bilocación”, también Él es “el Señor de los tiempos”.  Es que Dios inventó al tiempo, para que todas las cosas no pasará a la vez.

Así que nos encontramos -de vez en cuando-, viajando atrás del tiempo hasta aquellos momentos, los más felices de nuestra vida mortal, cuando habíamos experimentado un anticipo, una pre-gustación del cielo, con el recuerdo -como si fuese de ayer mismo-, de una paz absoluta: 

Por ejemplo - Mi confirmación, el sábado, 29 de marzo de 1958, cuando sentí una sensación tan ligera que tuve que abrir mis ojos para ver si todavía yo estaba arrodillado frente al obispo … y Dios estaba allí.

Por ejemplo - Mi bautismo en el Espíritu, el martes, 27 agosto 1974 cuando sentí una vergüenza tan profunda, seguido por una sensación tan suave de paz y perdón … y Dios estaba allí.

Por ejemplo - Cuando los ocho de nosotros rezamos las vísperas en una casita cerca de Samaná, el viernes, 26 de noviembre 1982.  Uno de los salmos era : «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra», y me recordó de la primera vez que lo escuché el salmo 120, tantos años antes, y no podía resistir cantarlo de nuevo, en inglés… y Dios estaba allí.

Así son las re-visitas -en la privacidad de la imaginación-, a aquellas pre-gustaciones de la vida eterna que me espera en la presencia de Dios.


La Presencia

Sin embargo, por todas las posibilidades de la “bilocación” y lo de “revivir memorias”, siempre estoy atraído de nuevo a aquel valle tan inmensamente grande desde donde la presencia de Dios ilumina el universo.

Claro que El Padre no está mirando a mí.  Él está absorto, a pleno tiempo, en la salvación del mundo que ya he dejado por atrás.  Sin embargo -allí en la valle de la gloria-, puedo verle en persona y admirándole desde lejos, imitando sus expresiones y gestos, y guardando en mí memoria los momentos cuando su cara de seriedad se rompe en una sonrisa de amor.

Y no puedo resistir el impulso de alabarle con piropos y cánticos; y adorarle con todo mi corazón, y toda mi mente y todo mi espíritu; y glorificarle “a voces” para que todo el cielo y toda la tierra contesten con una resonancia que hace temblar las mismas cimientos del universo.

Y finalmente llega el momento cuando solamente me queda contemplarle en toda su inmensidad, su magnificencia y su capacidad de amar sin límites hasta el fin de la eternidad, mientras que yo, anonadado hasta la más mínima expresión, me toca entregarme -imperfecto como soy-, para que se pueda hacer su voluntad conmigo.

“Una sola cosa quiero, y eso pretendo: habitar en la casa del Señor, todas los días de mi vida” (Salmo 27, 4).

 

JFF 

22 mayo 2023