"Los Toros" es una expresión bella de la rica diversidad que se encuentra en la devoción a Nuestra Señora de Altagracia. La peregrinación anual de “Los Toros” -una caminata de cinco días desde Bayagüana hasta la Basílica de Higüey-, nos abre los ojos a las diferentes expresiones de la fe, sea tradicional o moderna, de campo o ciudad, hasta de los extranjeros.
Cada peregrino es un testimonio vivo que enriquece nuestro entender del tapiz de amor y fe que tiene el pueblo Dominicano por Nuestra Señora de Altagracia.
Los peregrinos pasean por los caminos vecinales y las praderas verdes de Hato Mayor y El Seibo, cantando sus salves, sus banderas desplegadas al viento, y sus caras siempre apuntadas hacía Higüey.
Llegado a la Basílica y entregado los toros, cada peregrino -en forma particular-, cumple con su promesa a la Virgen de Altagracia, dándole las gracias por la intercesión de la Virgen en la vida de si mismo y de su familia.
Dentro de un entorno netamente dominicano, los peregrinos nos fascina con su fina percepción de sensibilidades. Cada paisaje, cada primer plano nos lleva a descubrir nuevos y bellos detalles de la fe de un pueblo sencillo.
Virgen de Altagracia… ruego por nosotros
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Historia de Los Toreros
Los hateros que habitan en las llanuras de la Región del Este tienen una bella tradición centrada en la Virgen de Altagracia. Cada año -desde hace más de 300 años-, la “Hermandad de los Toreros” sale en una peregrinación de unos 114 kilómetros, empezando en el Santuario de Bayagüana, y terminando en las escaleras de la Basílica de Higüey. Por cinco días los toreros, montados a caballo, pasan de finca en finca, recogiendo becerros, novillos y toretes, para llevarlos como ofrenda a La Altagracia.
La tradición
Cuenta la tradición que se desató una peste que amenazó con hacer desaparecer el ganado, el medio de sustento en la región del Este. Los hacendados imploraron a La Altagracia que intercediera para que Dios impidiera el desastre… y se esfumó la plaga en las fincas. ¡Era un milagro patente!
Como gesto de agradecimiento los campesinos prometieron llevar una ofrenda a la Virgen, todos los días 14 de agosto -la víspera de la fiesta tradicional de la Altagracia-. Así surgió la “Ofrenda de los Toros a la Virgen” para cuya recolección se formó la “Hermandad de los Toreros”.
La tradición se interrumpió con la ocupación haitiana de 1822. Sin embargo, en el año 1916 se re-estableció, ya llamada “Hermandad de Comisarios”, y sigue hasta el día de hoy.
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Los Toreros
La “Hermandad de Comisarios”
La hermandad está organizada por un “Comisario Mayor”, y cuatro “Comisarios”, uno para cada una de las cuatro estaciones donde pernocta la peregrinación. El oficio de “comisario” es hereditario. Cada familia celosamente cuida su responsabilidad, y ‘pasa la batuta’ de generación en generación.
La celebración anual inicia el primer sábado de mayo cuando se reúnen en el Monte Santa María y planifican el recorrido. Desde esta fecha, cada fin de semana la Hermandad va en busca de las donaciones y ofrendas por las diferentes comunidades a cambio de cantos de plenas y salves.
Los toreros, montados a caballo, pasan de finca en finca y los recolectores recorren los campos a lomo de caballo con sus banderas desplegadas al viento, acompañados de varios hermanos, cantando tonadas improvisadas. Es una muestra viviente de la más auténtica devoción Altagraciana.
La peregrinación se convierte en un testimonio y vivencia de fe, de gente que a pie y a caballo desafían las distancias, el sol y las noches al intemperie.
Religiosidad
La hermandad de los Toros de la Virgen tiene sus raíces en la cultura y tradición de los campos. Es un movimiento tanto religioso como social, con un profundo contenido de fe. Efectivamente la “Hermandad de Comisarios” tiene su propio capellán, y celebra al menos un retiro espiritual cada año.
La Peregrinación
El recorrido de los toreros comienza el 10 de agosto cuando los toreros salen de Bayagüana en rumbo a Hato Mayor del Rey.
El 11 de agosto, los peregrinos salen hacia Las Guajabas.
El 12 de agosto, la hermandad se dirige a Santa Lucía.
El 13 de agosto, al amanecer, los toreros se dirigen, a pie y a caballo, hasta el río Sanate y el pueblo de Santana.
En cada estación durante toda la noche hay una vigilia y baile de atabales. Es una verdadera fiesta popular donde la religiosidad se mezcla con un derroche de espontaneidad y compañerismo.
El 14 de agosto, los toreros se dirigen hacia las fiestas patronales de Higüey. Es la víspera de la Fiesta de la Asunción.
Desde muy temprano grandes grupos de jinetes y amazonas comienzan a recorrer las calles de Higüey. Es verdaderamente una fiesta popular. Luego se reúnen en un solo grupo y salen a alcanzar a los toros unos cuantos kilómetros fuera del pueblo para entrar con ellos.
Primero los toros pasan por el Antiguo Santuario de San Dionisio donde están recibidos por el padre párroco. En seguida, la peregrinación se encamina hacia la Basílica de Nuestra Señora de La Altagracia, donde es recibida por el Señor Obispo, el Rector de la Basílica, el Capellán de la Hermandad de los Toreros y su Comisario Mayor.
El 15 de agosto, la Asunción de Nuestra Señora es la fiesta tradicional de la Altagracia, (El milagro de La Batalla de La Limonade, se celebra cada 21 de enero, solamente desde el año 1692).
El 16 de agosto, los toros son trasladados a los corrales de la Asociación de Ganaderos de Nisibón AGANI, donde los clasifican y preparan para ser subastados. El producto neto es dedicado al sostenimiento de la diócesis de Nuestra Señora de La Altagracia y el Seminario Mayor “Santo Tomás de Aquino”, en Santo Domingo. En el año 2015 alcanzaban una cifra record de 306 toretes.
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Las Promesas
Una de nuestras tradiciones más populares es llevar una “promesa” a la Virgen de Altagracia. Las “promesas” son de todo tipo: flores, dinero, joyería, prendas, ropa, trajes de sacos, hasta partes del cuerpo modelados en cera o plata. Cuando hablamos de una “promesa”, es mejor llamarlo una “acción de gracias”, ya que los fieles no hacen más que comprometerse con una acción de gracias, para agradecer a Dios por haber contestado su petición.
Al llegar a la Basílica, primero el peregrino sube al cuadro de la Virgen, para agradecerle por su intercesión. Después pasa a donde las monjitas para entregar su “promesa” y compartir su “milagro”, es decir, dar testimonio de lo que el Señor ha hecho en su vida.
Finalmente, aunque no es necesario hacer “una promesa”, una vez comprometido es importante cumplirla, ya que no se juega con las cosas de Dios. ¡Una promesa es una promesa!
A través de los años se ha desarrollado una especie de “ruta del peregrino”. Desde los rincones más apartados del país, -y desde más lejos todavía-, los peregrinos han seguido el antiguo “Camino Real” que los lleva por Hato Mayor y El Seibo hacia la Casa de la Virgen en Higüey.
Ya con Higüey a la vista, se han desmontado en la ribera del río Sanate para bañarse, quitar el polvo del viaje, y vestirse de sus mejores vestuarios en preparación para su encuentro con “Tatica”.
A la salida de Higüey, de nuevo los peregrinos paran en el Río Sanate, para quitarse la “ropa de domingo”, bañarse, y prepararse para el largo viaje a casa.
La intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia
Año tras año, vienen miles de dominicanos de todos los estratos sociales, de todas las clases económicas, y de todos los niveles académicos, desde el Presidente de la República mismo hasta el más pobre mendigo. Todos -sin distinción-, buscando cobijarse bajo el manto de Nuestra Señora de la Altagracia.
Una acumulación de siglos de oración ha dejado un ambiente impregnado de gracia y una “presencia” casi palpable que atrae instintivamente a los peregrinos al cuadro de La Virgen. En el silencio, de cara a La Altagracia, se puede sentir el peso de los gritos de desesperación, las canciones de alabanza, las peticiones en la necesidad, y las acciones de gracias de miles de dominicanos, que -por cientos de años-, han acudido a la “Protectora del Pueblo Dominicano” buscando consolación, remedio, justicia, sanación y apoyo espiritual.
Y por cinco siglos Nuestra Señora ha correspondido, intercediendo por su pueblo predilecto, y escribiendo una historia de tierno amor que se ha grabado en el corazón de miles de familias dominicanas.
Los testimonios de toda índole son tan numerosos y tan claros que no queda duda alguna de los “milagros” que diariamente se otorgan a los fieles por la intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia. Aunque es un misterio que se puede entender solamente con los ojos de la fe, se han producido cientos de sanaciones que se pueden demostrar médicamente. Así se confirman las palabras de Jesús, quien nos dijo: “Por sus frutos los conoceréis”. (Mateo 7, 16).
Al contemplar el cuadro de la Virgen de Altagracia, lo que nos llama la atención es la figura central de María. Sin embargo, al acercarnos más, es evidente que el gesto de su cabeza nos llama a prestar más atención todavía al que está en primer plano: el Niño Jesús.
Es un gesto que nos invita a arrodillarnos frente al pesebre y, juntos con ella, adorar a Él, que está representado allí: “Mírale a Él”.
La Virgen de Altagracia nos enseña cómo adorar a Jesús.
La adoración nos lleva a la contemplación, y la contemplación al deseo de estar presentes en la cueva, inmóviles como la Madre, velando al Niño, amando al Amor y buscando estar en la presencia de Dios.
La Idea Central
Todo el cuadro gira en torno a una idea sencilla pero profunda: que este Bebé indefenso, desnudo, y acostado en un pesebre de paja… ¡es Dios!
El mismo Dios que es el Creador del cielo y de la tierra. El que es Todopoderoso, siempre presente y fuente de toda sabiduría. El que sopló el aliento que respiramos y nos ofrece una vida eterna en su presencia. El Inmortal, Invisible e Inefable… ¡Dios!
Al comprender la verdad tan enorme de la presencia de Dios en medio de nosotros, quedamos pasmados, casi atónitos. No hay palabras, solamente la certeza de que no hay otro lugar donde preferiríamos quedarnos ahora y estar para siempre: “Mírale a Él”.
Un poco de catecismo
Como católicos, solamente adoramos a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
A los Santos se les venera, con una veneración especial reservada para la Virgen María.
En resumen: El culto de «latría» o adoración se dirige a Dios, y de «dulía» o veneración (es decir, respeto) se dirige a los santos; en el caso de la Virgen se lo denomina de «hiperdulía» o mayor veneración.
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Oración
Señor Jesús,
Humildemente nos arrodillamos frente a tu Madre,
y con ella te contemplamos a Ti durmiendo tranquilamente.
Te amamos, porque eres el Amor.
Te adoramos, porque eres Dios.
Te agradecemos, porque viniste para salvarnos.
Permítenos mirarte mientras duermes,
velarte mientras descansas,
y contemplarte mientras sueñas.
Al despertar,
queremos cargarte, porque eres nuestro hermano;
besarte en gratitud, porque eres tan generoso;
y abrazarte, porque estás tan desprotegido.
Señor Jesús,
Tú sabes que no somos nada.
No merecemos tu interés y, menos todavía, tu atención.
Pero Señor,
por la intercesión de tu Madre, Nuestra Señora de Altagracia,
te pedimos que nos escuches,
que intervengas en nuestras vidas según tu voluntad,
para que podamos seguir el camino recto,
que nos llevará a la vida eterna
en la casa de tu Padre.
¡Gracias, Señor Jesús!
Y a ti, Señora,
Te rogamos que nos enseñes a permanecer
en la intimidad de este momento.
Solamente queremos estar donde Él está,
respirar el aire que Él respira,
y compartir el lugar donde Él se encuentra.
A ti te pedimos humildemente
que intercedas por nosotros ante tu Hijo,
para que podamos volver a sentir
su paz,
su perdón
y su amor.
Gracias María,
Virgen de Altagracia,
Madre nuestra
y Protectora de nuestro pueblo dominicano.
Amén.
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«Todo el cuadro gira en torno a una idea sencilla pero profunda:
que este Bebé
indefenso,
desnudo,
y acostado en un pesebre de paja…
¡es Dios!
El mismo Dios que es el Creador del cielo y de la tierra.
El Todopoderoso, siempre presente y fuente de toda sabiduría.
El que sopló el aliento que respiramos y nos ofrece una vida eterna en su presencia; el Inmortal, Invisible e Inefable… ¡Dios! »
Al comprender la verdad tan enorme de la presencia de Dios en medio de nosotros, quedamos pasmados, casi atónitos. No hay palabras, solamente la certeza de que no hay otro lugar donde preferiríamos quedarnos ahora y estar para siempre:
“Mírale a Él”.
“Mírale a Él”.
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