Pero ahora, ya con la “media edad” por atrás, viene la confusión de haber durado tantos años.
Primero viene el recuerdo “medio olvidado” que hace falta completar. Tu recuerdas algo y ella debe agregar los detalles. Por supuesto, en algunos casos ella recuerda algo completamente diferente.
Entonces ambos recordamos un evento, pero no podemos recordar exactamente qué pasó en aquél entonces. Y nos reímos de nosotros mismos por ser tan tontos.
Y con el traspasar de los años, recordamos poco cosa más allá que las emociones:
- Ver a los niños jugando.
- El almuerzo que está listo.
- Llegando a casa.
- Una buena taza de té.
Más tarde todavía, simplemente recordamos un momento, un lugar o una emoción almacenada en el desván de nuestros recuerdos:
— La felicidad desenfrenada y las lágrimas repentinas de ser niño.
— La pura alegría de tener la cara salpicada de espuma salada, a bordo de un barco.
— El asombro de descubrir un musgo luminoso escondido en el fondo de una cueva.
— Atrás de un mar tranquilo, las nubes distantes del atardecer, rosadas y sirenas, cantando una despedida a la puesta del sol.
— La satisfacción de estirarse en el suelo, exhausto pero contento tras una larga caminata.
— El sonido del silencio a las cuatro de la mañana.
— El suave y reconfortante sisear de escuchar, debajo de las cálidas mantas, el sonido de la lluvia torrencial en el exterior.
— El placer de reencontrarse con un viejo amigo y la cortina de humo al intentar recordar su nombre.
— El despertar súbito del sueño profundo de una breve siesta.
Y entonces es
que recurramos a Dios
para decirle gracias,
para todo.
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