martes, 13 de septiembre de 2022

Cuando éramos jóvenes


   Cuando éramos jóvenes, sufríamos de corazones rotos y, a medida que crecimos, acumulamos dolores y molestias en las demás partes también.

    Pero ahora, ya con la “media edad” por atrás, viene la confusión de haber durado tantos años.

    Primero viene el recuerdo “medio olvidado” que hace falta completar. Tu recuerdas algo y ella debe agregar los detalles. Por supuesto, en algunos casos ella recuerda algo completamente diferente.

    Entonces ambos recordamos un evento, pero no podemos recordar exactamente qué pasó en aquél entonces. Y nos reímos de nosotros mismos por ser tan tontos.

    Y con el traspasar de los años, recordamos poco cosa más allá que las emociones:

    - Ver a los niños jugando.

    - El almuerzo que está listo.

    - Llegando a casa.

    - Una buena taza de té.

    Más tarde todavía, simplemente recordamos un momento, un lugar o una emoción almacenada en el desván de nuestros recuerdos:

   — La felicidad desenfrenada y las lágrimas repentinas de ser niño.

   — La pura alegría de tener la cara salpicada de espuma salada, a bordo de un barco.

   — El asombro de descubrir un musgo luminoso escondido en el fondo de una cueva.

   — Atrás de un mar tranquilo, las nubes distantes del atardecer, rosadas y sirenas, cantando una despedida a la puesta del sol.

   — La satisfacción de estirarse en el suelo, exhausto pero contento tras una larga caminata.

   — El sonido del silencio a las cuatro de la mañana.

   — El suave y reconfortante sisear de escuchar, debajo de las cálidas mantas, el sonido de la lluvia torrencial en el exterior.

   — El placer de reencontrarse con un viejo amigo y la cortina de humo al intentar recordar su nombre.

   — El despertar súbito del sueño profundo de una breve siesta.

 

 Y entonces es

 que recurramos a Dios

 para decirle gracias,

 para todo.

 

 

 

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