El Muro de las lamentaciones. En primer plano: los turistas y curiosos. Tras la barrera: la zona para los que quieren orar. A la derecha, la elevada para llegar al complejo religioso de la mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca. |
El sábado 7 de septiembre, 1996 llegué al muro de las lamentaciones - enorme,
sólido, alto, con el peso de los siglos en sus grietas y las superficies
arrugadas de sus piedras. Los judíos con
telamín en sus frentes y cuernos de ovejas en sus manos, libros y cantos,
gritos y las inclinaciones rápidas típicas. Los turistas con cámaras, gorras, acentos y
curiosidad.
Sin más, dejé el grupo y, pasando la barrera, me acerqué a la muralla
como un pescador que vuelve a casa. En
seguida las dos manos planas en la pared, y la frente descansando en el frío de
la piedra.
Todos mis estudios, mi preparación, mi anticipación quedaron como poca
cosa.
Sentí el enorme peso de la presencia de YAHVÉ, el Dios de Israel: “Ustedes
serán mi pueblo y yo seré su Dios”. El peso
de siglos de oración, de intercesión, de confiar solo en Él.
Sentí también la pesada acumulación de pecados a través de los siglos:
el destierro, la diáspora, la expulsión, el holocausto; y a través del mundo:
la “opción” por el aborto, la influencia de la pornografía, los multinacionales
de la droga.
Luego sentí el peso de mis propios pecados, traiciones,
incumplimientos y omisiones... y de
repente las lágrimas corrieron por mis mejillas, y me encontré llorando con el
mismo Cristo por el pecado del mundo, e intercediendo en lenguas.
Más tarde, sentado en una silla a unos quince pies del muro, traté de
rezar un "Padre Nuestro" y me encontré rezando un “Ave María”. Nuevamente, y nuevamente salió un “Ave María”.
Una y otra vez un “Ave María”.
Así que recé un rosario completo, dándome cuenta a la vez de que a
pesar de que toda la peregrinación ha sido Cristo-céntrica, María siempre habla
estado allí, cerca, tranquila, amando, contenta.
Gracias María.
__________
Semanas más tarde, al meditar sobre esta experiencia, me encontré
pensando en el amor y la misericordia de María.
Pero, a la vez, me di cuenta de que, detrás de ella estaba el amor y
la misericordia de su hijo, Jesús.
Y, más allá todavía, el amor y la misericordia de Dios Padre.
Entonces empecé a contemplar, como si fuese por primera vez, el enorme
alcance del amor de Dios Padre, que haría -y efectivamente hizo-, todo lo
posible para no perder a ninguno de nosotros.
¿Quién es este Dios desconocido que dibujamos como una nube con limites
poco definidos? ¿Cómo es este fuego en
su corazón que quema con tanta intensidad, especialmente cuando los más lejanos
se sienten fríos? ¿Cómo puede uno amar tanto
a tanta gente?
Y no entiendo.
Sin embargo doy gracias desde mi incomprensión, porque sé que, a pesar
de todo, ha fijado sus ojos, llenos de amor y de misericordia, sobre mí.
¿Qué más puedo hacer? Sé quien soy.
Sé que no merezco su atención. Sin embargo, me ha demostrado una y otra vez
que me ama y me perdona, y que quiere que yo esté con Él.
Ni sé qué preguntar, ni entiendo las respuestas.
Me basta con aceptar su amor y, bañado en su misericordia, dedicarme a
servirle todos los días de mi vida.
Unos papelitos en una de las grietas del Muro de las Lamentaciones |
En una de las grietas, según la costumbre judía, metí unos papelitos
con algunos nombres escritos: La Comunidad Siervos de Cristo Vivo, Enzo (el
promotor de la peregrinación), nuestras familias .. .
... para que Dios, en su propio tiempo pueda leerlos y cubrirlos con su
misericordia.
Quiere Dios que el Muro de las Lamentaciones nos traiga la paz, amén. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario