Una sola persona
Una sola persona estuvo presente en todos los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús. Solamente una persona fue testigo ocular de su nacimiento, su visita al templo, su primer milagro, su vida pública, su crucifixión y su resurrección. Además, ella está presente en el momento de su concepción y en el momento que llegó el Espíritu Santo.
Los demás testigos escribieron su testimonio, para darnos los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero María guardaba todas estas cosas en su corazón.
Los demás autores vieron al Salvador desde la perspectiva de discípulos que escucharon y después repitieron lo que habían aprendido, pero María vio al Salvador como una madre ve a su hijo: con amor y dolor.
Los otros no estaban totalmente convencidos de que Jesús era el Mesías, hasta que Él mismo se reveló a ellos. Sin embargo, María no necesitaba ni pruebas ni evidencias. Desde el momento de la concepción, María no tuvo duda alguna de que su hijo era el Mesías, el Salvador prometido, el Hijo de Dios.
Ahora bien, Dios es todopoderoso. Por eso, hemos de preguntarnos por qué -de todas las alternativas-, decidió hacer acto de presencia en medio de nosotros a través de una mujer, y específicamente, por las entrañas de una adolescente judía que se llama María.
Aunque los caminos de Dios son insondables, es evidente que Dios eligió a María a propósito y no podemos ignorarla.
Claramente María tiene un papel como intercesora privilegiada ante su Hijo. Miles de testimonios a lo largo y ancho de la historia y de la geografía del mundo entero atestiguan de la eficacia de su intercesión.
María también tiene un papel de suma importancia como compañera en el camino espiritual de los miles y miles de seguidores de su Hijo, quienes han aceptado la palabra, la tradición y el magisterio de la Iglesia cristalizado en el rezo del Rosario.
En el camino del Rosario, María nos lleva a contemplar la vida de Jesús desde la perspectiva de un amor materno, de una compasión incondicional, de una intercesión sin cesar, y de una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Al rezar el Rosario, te invitamos mirar con los ojos de María, acariciar con las manos de María, comprender con el entendimiento de María, y llorar, sufrir, gritar e interceder con el corazón de María.
(Tomado de “Orando con la Virgen de Altagracia" – John Fleury)
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