Es ahora cuando nos acercamos
A lo más profundo del invierno,
al fin de los tiempos y de la felicidad,
donde predomina
el frío, las noches largas, y la lluvia sin cesar.
Se parece a un pozo profundo.
Estamos atrapados al fondo,
sin pasado ni futuro,
sobreviviendo en la soledad del presente,
aislado del mundo y absolutamente solos.
Y en nuestra desesperación levantamos los ojos,
para ver -desde el fondo del pozo-,
al cielo negro de medianoche,
salpicado por una sola estrella
que ilumina nuestra salida.
Trepamos las paredes del pozo,
subiendo para salir y seguir a la estrella
que nos invita a una cueva fuera de Belén,
y a una joven amamantado a su hijo:
el Hijo de Dios.
Y nos caemos de bruces al suelo,
anonadados, asombrados y asustados:
estamos en la presencia real.
No podemos más que adorarle y contemplarle,
Dios en medio de nosotros.
Por fuera un gallo canta en la noche
y los ángeles del cielo le acompañan
con “Gloria a Dios en el cielo,
y paz a los hombres de buena voluntad”.
Y retumbaban los ecos en el silencia de la madrugada.