domingo, 3 de junio de 2018

La Consolación

La Consolación 

     Amiga mía, 
           No estoy capaz de ofrecerte un “quick fix”, del estilo “one size fits all”. Menos todavía puedo recomendar la ayuda de un psiquiatra. (Sencillamente no confío en ésta “profesión”). 
    La experiencia me ha enseñado que “soluciones” superficiales solamente siembran resentimiento hacia la persona que las ofrezca. 
        De mi propia historia ofrezco un camino que me ha ayudado a mi: 

        Yo me pongo de rodillas y -en mi imaginación-, levanto una bandeja con las dos manos. 
         Con mucho cuidado, cargo la bandeja con mi sufrimiento, piececita por piececita. 
         (No hay que entrar en detalles, pero lloré -casi sin cesar-, por todo mi juventud y adolescencia. He tenido muchas piececitas para descargar). 
        Con cada agonía particular, tan personal e interno, añado los nombres y apellidos de las personas envuelto en mi lío, y si es necesario, un chin de explicar porque me duele tanto. 
        Sin emocionarme demasiado, deposito la totalidad del dolor sobre la bandeja, y la levanto para ofrecerlo a Jesús. 


        A la vez, digo a El: 

     “Señor Jesús, no puedo soportar más a mi dolor. 
    Te pido -por misericordia-, ayúdame, cargar al menos un poco de un duelo que me pica con una punzada cada vez que vuelvo a pensar de ello. 
    Necesito, Señor, algo más que un consuelo. 
    Necesito la compasión de alguien que puede entender lo que sufro, porque Tú también has experimentado un sufrimiento similar.
    Estoy andando diariamente dentro de una pesadilla, un especie de pésame interminable. 
         Socorro! Ayúdame!” 

    Y con eso, estrecho mis brazos y añado: 

     “Toma mi dolor, Señor. Sácalo de mi bandeja, y de mi vida. Y rellenar el vacío con tu paz, la paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz de tu amor por mí. 
    Señor, no Te prometo nada. En este momento no tengo nada para ofrecer. 
    Pero ofrezco mi amistad, y una pausa para reconsiderar el afecto que tenemos Tu y yo.” 

     Y con esto termino, porque no soy una de esas personas que trata de convencer por mucho hablar. 
    Pero sí, siempre rezo un “Padre Nuestro”, y termino con un fuerte “Amén”. 

     Querida Amiga, 
     no sé si esto te ayuda. 
     Sea lo que sea, recuerdas que tienes una pareja amiga que está dispuesto hacer todo lo que se puede para ayudarte. 
    
Nidia y John
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